El hábitat de un determinado territorio es fiel exponente de sus condiciones geográficas e históricas. Sin embargo, en el caso de Abengibre, ¿cómo incidiría esta situación en la forma de su poblamiento?. Lógicamente en él influyeron, además de las condiciones y posibilidades naturales de su término (orografía, climatología, etc.), unas específicas estructuras socio-económicas de partida. Si bien es cierto que la pequeña comunidad rural no es la fórmula típica de poblamiento en La Mancha, en nuestro caso sin embargo, dicha regla no se confirma.

   Las causas hay que buscarlas directamente en la específica fórmula de ocupación y explotación del suelo empleada a raíz de la Reconquista. Jorquera, al haberse repoblado desde el mismo momento de la conquista (en torno al año 1.211), pudo beneficiarse de unas inmejorables condiciones para arrogarse un amplio alfoz sobre el que ejercía un poder casi absoluto. Bajo su dirección no sólo se defenderían los territorios ya conquistados sino que se irían ampliando otros nuevos. De esta forma el potente concejo de dicha villa, como núcleo de mayor entidad (no en vano aglutinaba a la mayor parte de la población de la comarca), y con una estructura funcional definida, se convertiría en el centro neurálgico de la zona y principal protagonista del avance territorial castellano. Desde entonces la jerarquización del territorio conllevó que el monopolio económico de las tierras circundantes estuviera en sus manos, surgiendo a su alrededor varias entidades menores dependientes (caseríos, lugares o aldeas), caracterizadas por un poblamiento más inestable, siempre en función de la coyuntura, lo que con el tiempo implicaría su permanencia y desaparición. Será aquí donde la orografía jugaría un papel importante. En este sentido, no debemos olvidar que las necesidades de aprovisionamiento del concejo-madre (Jorquera) fue el principal motivo para la colonización de su territorio. Por ello, el lugar de Abengibre, al posibilitar la explotación de nuevas tierras debido fundamentalmente a la existencia de varios puntos de agua, propició la instalación de pequeños grupos de campesinos, seguramente con lazos de parentesco entre ellos. En general mozos de labor, pastores y jornaleros, dado que la propiedad se concentraba sobre todo en manos de vecinos de Jorquera, o labradores independiente que cultivaban directamente sus reducidas explotaciones. Inevitablemente la permanencia durante largas temporadas en el lugar de trabajo convertiría una residencia, en principio temporal en algo fijo.

   Pero, ¿por qué estos asentamiento no transformaron a Abengibre en un núcleo con unos mayores efectivos demográficos?. Como otros pueblos del Señorío de Jorquera, Abengibre no dispuso de término propio hasta principios del siglo XIX. Dado que fue Jorquera quien dirigió todo el proceso de ocupación del territorio con el reparto y explotación de sus tierras, quienes más se beneficiaron del mismo fueron los grupos de poder al controlar y patrimonializar en su beneficio los medios de producción. La supeditación de los bienes comunales a los intereses oligárquicos perjudicaba en gran medida la viabilidad de las explotaciones campesinas. La defensa de los intereses ganaderos de la oligarquía conllevó la limitación de los espacios roturados y la imposición de una excesiva reglamentación (en forma de ordenanzas) que no favoreció su incremento demográfico. Obstáculos que darían lugar a que nuestro pueblo no fuera un importante polo de atracción para colonos, estableciéndose así una especie de círculo vicioso por el que, como se señalaba a mediados del siglo XVIII, su término sólo se reducía a las labores que cultivaban sus moradores, que inevitablemente eran bastante limitadas por la cortedad de los mismos. Dada esta situación de partida no extraña pues que tras la segregación de nuestro pueblo de la jurisdicción de Jorquera en 1.833 se la adjudicara un reducido término municipal. Sin embargo, como contrapartida, el fuerte control político y económico que ejerció el concejo de Jorquera hasta ese momento permitió que la reducción de los espacios montuosos y forestales se retrasara hasta bien entrado el siglo XIX, momento en que paulatinamente se inició una intensa actividad roturadora que culminaría en nuestros días y cuyos resultados padecemos ahora.

   Pero, ¿cómo y dónde vivían sus habitantes? Por lo que se refiere al plano urbanístico del pueblo, la disposición de las calles estaría acomodada a sus particulares condiciones topográficas. Calles, en general estrechas y tortuosas, con casas apiñadas y tremendamente dispares; calles empinadas la mayoría por las que seguramente discurría el agua de lluvia como un verdadero torrente, siempre llenas de baches, sucias, cuyo mantenimiento e higiene no sería muy importante, con desperdicios arrojados en sus inmediaciones, cuando no en la misma vía pública; con ganados transitando por ellas hacia los corrales situados en su interior, etc. Sensación de cutredad perfectamente descrita por Pascual Mandoz aún en 1.855 al apuntar que "las casas son mezquinas, de un solo piso, mal distribuidas, y las calles irregulares, sucias y sin empedrar".

   Y es que efectivamente las casas eran más bien pequeñas y apenas compartimentadas. Es fácil suponer semejanzas notorias entre las mismas dado el sistema agrario de base cerealista y ganadera, además de que la gran mayoría de la población fueran campesinos medianos o pobres, y jornaleros, pastores o mozos de labor. Así el prototipo de casa de nuestro pueblo se refería a una construcción donde los materiales más usados eran el barro, la piedra, la arena y la cal, utilizando la madera sobre todo para la techumbre o "revoltones". Las fachadas con frecuencia solían estar encaladas de blanco y la cubierta en general sería de teja. Predominaría la vivienda de una sola planta, de escasa altura, teniendo todo lo más dos pisos, siendo en el inferior donde realmente transcurría la vida familiar ya que el superior, al que se accedía por una pequeña escalera, servía de cámara, con sus "atrojes" para guardar trastos y sus "caramanchones", el granero o el pajar. Su distribución interior consistía en un portal o un zaguán que servía de cabecera, y al que daban las puertas de dos o tres habitaciones: la cocina (uno de los espacios mejor diferenciado de toda la casa), los dormitorios (casi nunca más de dos), y a veces, también alguna sala, mientras que al fondo se daba acceso al jaraiz o, en su caso, a la bodega(si se tenían viñas), a la cuadra y al patio o corral (con su tinada cuando se disponía de ganado). Además, dada la situación topográfica de nuestro pueblo, podría haber también cuevas en su interior. En general hogares pues con poca luz, iluminados débilmente a la caída del sol por el simple fuego de la chimenea, o todo lo más por candiles de aceite.

   Aparte de que su tamaño era, como hemos dicho, en general reducido (sus dimensiones variaban especialmente en relación a la riqueza agro-pecuaria) se hacía imprescindible adecuar el espacio a sus necesidades económicas. Así, al girar casi todas la piezas en torno a las exigencias de la labor, no era raro que convivieran con los animales ya que las cuadras con frecuencia se encontraban en el mismo cuerpo del edificio instalándose camastros incluso en las mismas, o que el ganado pasara por la puerta principal al no existir frecuentemente puerta trasera. Además el piso superior siempre se dedicaba a cámara, granero o pajar, e incluso no era raro que los dormitorios cumplieran también la misma función de almacén que otras estancias, donde herramientas, aperos de labor, el grano, las reservas alimentarias y otros enseres lo invadirían todo.

   En cualquier caso, sería la cocina, presidida por su descomunal chimenea, el centro neurálgico del hogar, la pieza fundamental donde se desarrollaría la vida cotidiana de la familia. Además de ser el cuarto de mayor actividad, cumplía la función de comedor, distribuyéndose con frecuencia las restantes habitaciones en torno a ella. Allí es donde se solía pasar la mayor parte del tiempo, sobre todo en los meses de invierno; se reunía toda la familia para comer o charlar junto con sus vecinos al lado del fuego; allí era el único lugar de la casa donde había calor, donde las mujeres trabajaban, cosían, hilaban, etc. En sus proximidades se encontraba la despensa, situada en el lugar más oscuro y fresco de la casa para una mejor conservación de los productos imprescindibles para garantizar la subsistencia de la familia, sobre todo salado de carnes derivadas fundamentalmente de la "matanza" del cerdo, conserva de frutas u hortalizas, frutos secos (nueces, almendras, aceitunas, etc.) para consumir durante los largos meses de invierno, cuando resultaba difícil abastecerse. Hogares, por otro lado, caracterizados sin duda por la escasez y sencillez de su mobiliario, donde los objetos superfluos o de simple adorno apenas tendrían cabida.

   Por otro lado, es fácil deducir que no habría problemas para adquirir una vivienda autónoma dada la escasez de los efectivos demográficos. Sin embargo, al poder subdividirse con el sistema de herencia igualitaria, no sería raro el estado de hacinamiento en el que se encontraban muchas familias ni tampoco que los miembros de una misma familia vivieran en casas contiguas, a veces excesivamente estrechas, disponiendo simplemente de uno o dos cuartos. En este sentido, el sistema sucesorio entraría en contradicción con la estructura física de la casa, pensada para el establecimiento exclusivamente de una unidad familiar. De ahí la conflictividad a veces latente entre los herederos.

   Finalmente había toda una variada gama de casillas y chozas distribuidas por el término, además de las cuevas y abrigos rocosos utilizados para refugiarse junto con los animales, y que aún hoy, como todos sabemos, se siguen aprovechando.

Por Francisco García González y Diego Pérez González

Programa de Fiestas de 1995